miércoles, 8 de agosto de 2007

Mi lucha con TRESAMI, Vol. VI

(Ver capítulos anteriores por aquí abajo)

Una vez mentalizado de que la historia se repetía y tenía que volver a empezar a buscar un sitio donde vivir, volví a comprar prensa, y a leer anuncios con ofertas inmobiliarias.
Jose Luis atravesaba un mal momento ecónomico, tenía menos dinero que un bañista (dicho popular), así que llegamos al acuerdo de que me buscaría un piso a buen precio y no me cobraría comisión ninguna.
Así que paralelamente a mi búsqueda, cada poco la chica que trabaja con Jose Luis me llamaba ofreciendome pisos. Algunos ya los descartaba sin verlos, y en media docena de ocasiones llegué a visitarlos. Ninguno me encajaba. Unos por precio, que se disparaban, y otros porque no valían ni para tomar por el culo y costaban el doble de lo que valían.
Hasta que un día, en mis habituales paseos fijándome para los pisos, vi un anuncio en una ventana que me llamó la atención y no dudé en llamar. No sé por qué tenía el presentimiento que aquel piso era para mi.
La agencia que lo vendía era una vieja conocida, AGENCIA ASTURES y nuevamente tenía que tratar con el comercial.
El comercial me enseñó el piso al día siguiente, y sin titubear mucho ni pensármelo dos veces, me lancé a la piscina. No tenía altura porque era un primer piso pero no se por qué me gustaba un montón. Eran dos habitaciones y tenía muy poco tiempo. La verdad que la dueña era una descuidada de mucho cuidao, porque cuando fui a ver el piso parecía una escombrera y la cocina tenía más mierda que el palo de un gallinero, pero suciedad aparte, el piso estaba muy bien. La plaza de garaje era una puta mierda (¿o debo decir ridiculez?) porque el coche no me entraba ni metiéndolo de canto, pero pensaba en venderla y comprar otra un poco mejor.
Nuevamente tras intentar negociar un poco el precio, a los dos días volví a dar mis tres mil euros de señal, firmé el contratro de arras y quedó todo apalabrado nuevamente para escriturar en un plazo máximo de tres meses.
Al final Jose Luis no me había indemnizado con los tres mil euros que me debía, pero yo estaba contento y preferí dejar de quemarme la sangre con el medio kilo y pensar que todo fue un fallo humano y había que aceptarlo así.

Continuará...

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